Clarita dice que no puede sonreír, pronto pasará por un tratamiento odontológico en el que le completarán los dientes que le faltan. Se lleva la mano a la boca casi todo el tiempo, porque casi todo el tiempo sonríe. Clarita, como le decimos de cariño y como se enorgullece de que le digan, por sentirse amada, ha dedicado su vida a dar.
Nació el 9 de abril de 1972 en una casa de agricultores del Bajo Calima, Chocó. A los siete años, una familia la arrebató de su pueblo con la promesa de darle estudio. No fue así. La encerraron en una hacienda del Valle hasta los 15 años. “Era, como se dice ahora, la sirvienta de ellos”, cuenta mientras enseña las marcas de quemaduras en sus brazos que le dejaron cocinar, ordenar la casa, cuidar a una mujer mayor que ella y nunca ir a una escuela. Su padre supo que dormía en un petate y permanecía encerrada, que nunca había estudiado, y se la llevó de nuevo a su casa. Entonces se encontraron con el conflicto armado en la zona y, un día de 1987, en medio de enfrentamientos, tuvieron que desplazarse con la mitad de sus 12 hermanos, de nuevo hasta el Valle.
En un pedazo de terreno en el barrio Alfonso López de Cali instalaron un plástico: su nuevo hogar. Su papá se estaba quedando ciego y su mamá sufría de una rodilla, caminaba con ayuda de un bastón. Ninguno podía trabajar. Clarita se hizo cargo de la casa, era la hermana mayor de los que llegaron a Cali. Una conocida le dijo que le podía conseguir trabajo, y fue ahí que empezó en la prostitución. Tenía 15 años. “Me descuidé yo, y empecé a ayudar a mis papás y a mis hermanitas”, dice.
Desde que tuvo 20, sostuvo una relación con quien sería el padre de sus hijos, un hombre maltratador que la había conquistado con la promesa de ayudarle a salir de la prostitución, pero que durante 15 años la agotó con sus agresiones. Cuando la enfermedad de sus padres se agudizó, le prometió a su familia regresar a casa, huir de ese hombre. Ante la necesidad de alimentar a sus hijos, volvió a “trabajar en lo mismo”, como dice ella. De día en un restaurante, de noche en la prostitución. “Hasta que llegó un momento que dije ‘¡No más!’”, cuenta. Le prometió a su papá que, antes de que él muriera, le daría un regalo: “No trabajar más ahí”. Y así fue que Clarita, a los 40 años, salió de la explotación sexual. “Si yo volviera a crecer y a nacer, no lo haría”.
Desde ese momento, se dedicó a cuidar niños y comenzaron a nacer sus sueños. Es que tener por quién vivir es lo que la mantuvo y la mantiene. En aquella época eran sus hermanos. Hoy son sus dos hijos, Leidy y Luis, y los dos nietos que quedaron a su cuidado cuando la muerte de Clara Melissa, la hija del medio, con apenas 25 años, la atravesó con un luto repentino que todavía no cesa. También la sostiene su único apego material: un comedor que funciona en un pequeño garaje del distrito de Aguablanca, en Cali, donde alimenta a más de 50 niños y niñas todos los días. La vida se le va tocando puertas en búsqueda de alimentos para cocinar una comida al día para la mayor cantidad de personas posible. “Quiero seguir ayudando a esas personas que de verdad necesitan, a esos niños, esas madres y esas mujeres que han sido explotadas para que sigan adelante”, dice. Por eso su sueño es que el comedor sea un proyecto sostenible y se llame Fundación Melissa, como su hija.
Siempre descuidó su apariencia física, porque le costó tomar fuerzas para pensar en sí misma. En los tres meses que lleva asistiendo a los talleres de la Fundación Empodérame está aprendiendo a escribir. Visitamos su comedor, la sorprendimos mientras hacía la tarea de la letra “m” en una cartilla de Nacho Lee que Claudia le regaló. “Mima mimo a mi mamá”, escribió en su cuaderno.
Parece que puliera cada frase con sus manos; sus gestos son como movimientos que todo el tiempo van haciendo formas a medida que pronuncia cada palabra. No sabe dibujar, aunque todo lo ha creado con el arte y la técnica de sus manos: pintar uñas, colorizar cabellos, fabricar peluches, dulces o alimentos, y hasta administrar sus propios negocios.
22 febrero 2023
schedule 17 min.
Melissa Salazar Callemelissa.salazarc@udea.edu.coValentina Arango Correavalentina.arangoc@udea.edu.coFotografías:Daniela Betancur | @xdanielabetancurMelissa García | @melisssa.gm
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