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El roto rompe



Conocí el caso de una fábrica creada por religiosas para prevenir la explotación sexual y ofrecer empleo digno a mujeres prostituidas. En su esfuerzo por incluir a sobrevivientes en el proceso, una joven fue acogida por la organización. Sin embargo, la joven, afectada por sus experiencias pasadas, extrajo información privada de la organización y malinterpretó los temas de financiamiento, lo que la llevó a desarrollar una actitud hostil hacia las religiosas. Aunque las hermanas intentaron ayudarla genuinamente, su desconfianza y trauma la llevaron a percibirlas como una amenaza, convirtiendo su experiencia en una “locura” (Ahora ella le llama así). Esta joven, ahora una mujer activista reconocida, atentó a quienes solo querían brindarle apoyo.


De manera similar, una líder sobreviviente en Argentina relató cómo una beneficiaria, a quien se le cubrían todas sus necesidades básicas, comenzó a actuar de manera hostil hacia ella y hacia la organización. A pesar del apoyo constante, la beneficiaria desarrolló un resentimiento inexplicable, dañando la relación de confianza construida.


Una reconocida defensora de México conversó conmigo en un evento sobre cómo sufría agresiones de una sobreviviente a la que ayudó por más de 9 años y ahora, simplemente recibía reclamos de “querer más y más”, su tristeza era notable pues ella decía que amaba a esa víctima.

En la frontera con Venezuela, otra líder me comenta que ha sido maltratada por las usuarias, a pesar de su dedicación para mejorar sus condiciones de vida. Este comportamiento, aunque difícil de entender, es más común de lo que parece en contextos de alta vulnerabilidad emocional.


Las acusaciones hacia defensoras de “usar las historias” de las sobrevivientes también son recurrentes. Algunas sobrevivientes, cuando los procesos de apoyo terminan y no hay más subsidios disponibles, acusan a sus defensoras de enriquecerse a costa de sus experiencias. A pesar de haber recibido acompañamiento jurídico, social y económico durante un largo período, sienten que la ayuda debería ser infinita, y cuando no lo es, perciben que han sido utilizadas.


El comportamiento hostil de algunas víctimas y sobrevivientes está sin duda arraigado en sus experiencias traumáticas, quienes hemos estudiado el tema sabemos que el daño emocional de las víctimas de explotación es similar a los traumas de un veterano de guerra. Las mujeres que atendemos han vivido situaciones extremas de violencia, explotación y abuso, pero en especial abandono del Estado y de la sociedad, lo que ha generado una desconfianza generalizada hacia el mundo que las rodea.


Después de haber sido traicionadas o manipuladas por personas en quienes confiaban, es natural que desarrollen mecanismos de defensa que se manifiestan con violencia. Esta actitud no es necesariamente una reacción consciente, sino una respuesta emocional a la percepción de peligro o amenaza, incluso cuando quienes están a su alrededor intentan ayudarlas genuinamente.


Yo misma herí en mi situación de víctima hace años, a personas cercanas que me daban la mano, hoy reflexiono sobre eso y cómo en un inicio se afectaron mis redes de apoyo, luego al entenderlo las pude fortalecer y es dónde mi empoderamiento se ve reflejado en mi posibilidad de reforzar mis relaciones cercanas, incluso con diferencias y discusiones.


Construir relaciones y tejidos comunitarios es difícil, una de las problemáticas mas recurrentes es los problemas constantes que las sobrevivientes presentan con sus parejas, riñas con vecinos y el doloroso maltrato infantil a las que algunas de las mujeres que he atendido someten a los niños. Son sus hijos los receptores de toda la frustración y la rabia, lastimosamente.


El proceso de recuperación de las sobrevivientes no es lineal. Existen los conocidos bajones. Pueden experimentar frustración, impotencia y rabia al enfrentarse a la realidad de que la fundación o la “activista” no puede resolver todos sus problemas ni revertir el daño sufrido.

No tenemos todas las respuestas ni las soluciones.


Cuando las expectativas no se cumplen o cuando los recursos se agotan en los proyectos que he liderado, algunas sobrevivientes pueden sentir que han sido abandonadas o utilizadas, lo que refuerza su desconfianza y provoca comportamientos hostiles.


Esta violencia que manifiestan en inventar chismes, manipular a otras víctimas, mandar mensajes de amenazas, también puede ser una forma de reclamar control en situaciones en las que previamente se sintieron despojadas de él.


Unas compañeras que tenían un refugio que acogía mujeres migrantes sobrevivientes de prostitución fueron amenazadas por una de ellas, al término del proyecto. Hablamos de algo serio: amenazas de muerte.

Comparto de manera anonimizada un mensaje que recibí de una sobreviviente, ante una negativa que le di a su petición de recursos económicos.


A la final pienso que esa fundación es otra explotación más para hacerse rico ustedes porque lo quisieron fue jugar con nuestros antecedentes para sacar dinero la poca ayuda que me dieron y rogada porque siempre tenía que recordarles sería la mínima parte de lo que le darán para ayudar de verdad pura pantalla o protocolo las niñas siempre terminan putiando porque es muy fácil decirlo cuando ya se tiene todo ojalá nunca se le olvide de dónde salió si es que es cierta esa historia razón tenían muchas cuando me dijeron y yo no creí ustedes son peor explotación porque juegan más sucio veo y veo conferencia y habla y habla y nada de acción ya parecen políticas gracias que le vaya bien. (SIC)


Esta sobreviviente tiene una amplia carpeta en la Fundación que incluye apoyo jurídico y legal y un listado de soportes de apoyo económico y psicosocial incluso para sus hijos y familiares. Los apoyos incluyeron un trámite costoso como es la representación legal para la solicitud de refugio o asilo en Colombia. Todo eso lo costeó la Fundación.

En ese mensaje pude comprender la  profunda frustración de la víctima, pero también evidencia una distorsión en la percepción de los esfuerzos de la fundación.


La víctima, al haber vivido experiencias traumáticas y de explotación, probablemente desarrolla una desconfianza arraigada hacia cualquier tipo de institución, incluso hacia aquellas que buscan genuinamente ayudar. Cuando menciona que la ayuda fue "poca" y "rogada", está proyectando una expectativa desmesurada que la fundación, con sus limitaciones humanas y de recursos, no pudo satisfacer completamente. Aunque la organización hizo lo mejor que pudo dentro de sus capacidades, las heridas emocionales de la sobreviviente hacen que perciba esos esfuerzos como insuficientes.


La víctima no parece comprender que las organizaciones no tienen recursos ilimitados y que, aunque su intención es ayudar lo máximo posible, hay límites en lo que pueden ofrecer. La referencia a conferencias y discursos como "pura pantalla o protocolo" revela su decepción al no ver cambios inmediatos o tangibles en su situación. Sin embargo, la realidad es que los cambios sistémicos y sociales toman tiempo, y el trabajo de la fundación no es justamente cambiar las estructuras, eso es trabajo del Estado y de la sociedad en conjunto.

Las expectativas de las sobrevivientes y las capacidades reales de las organizaciones que les apoyamos pueden distar muchísimo. La fundación hizo lo mejor que pudo, pero como seres humanos con recursos limitados, es inevitable que en algunos casos las expectativas superen lo que se puede ofrecer. Esta es una lección importante sobre la complejidad del trabajo en defensa de derechos humanos, donde la realidad de la ayuda no siempre coincide con las expectativas de quienes han sufrido tanto.

Ante sus carencias el bienestar de las personas que trabajamos en la fundación es tomado como “riqueza”, se cuestiona el discurso incluso. No es algo para dejar de analizar y generar aprendizaje. 

 

El papel de los trabajadores sociales y psicólogos (y otros profeisonales)

El establecimiento de límites claros por parte de trabajadores sociales y psicólogos se hace necesario  en el trabajo con sobrevivientes. Sin embargo, cuando estos límites no se establecen adecuadamente, la relación puede difuminarse, generando una dependencia emocional o material por parte de las sobrevivientes.

Esta dependencia, cuando no se maneja con cuidado, puede llevar a sentimientos de abandono o traición cuando el apoyo finaliza, desencadenando comportamientos agresivos.

La falta de una distancia profesional adecuada también puede llevar a malentendidos, ya que las sobrevivientes, marcadas por la desconfianza y la vulnerabilidad, pueden interpretar erróneamente las acciones de los profesionales.


Hace apenas un par de años, dejé de compartir espacios íntimos con usuarias, me gustaba incluso hacer fiestas y hasta tomar cerveza, eso en un escenario normal no tiene nada de malo, pero tuve que marcar esa diferencia. Las cenas o almuerzos y celebraciones se dan en el marco de la fundación, los horarios de atención y con límites muy claro. Tampoco las nuevas usuarias tienen mi número de teléfono personal, tenemos los números corporativos y en lo posible tratamos de que sea todo desde ese canal de comunicación.

Cuando los límites se establecen de manera clara, los profesionales ayudan a las sobrevivientes a desarrollar habilidades de resiliencia y autonomía. Mantener una relación profesional definida permite a las sobrevivientes comprender que el rol de los profesionales es guiarlas y facilitar su proceso de recuperación, en lugar de convertirse en figuras de dependencia emocional o económica.

 

¿Por qué los reclamos no van dirigidos al Estado o a los proxenetas?

Los reclamos de las víctimas a menudo se dirigen hacia las fundaciones y organizaciones de apoyo en lugar de hacia el Estado o los proxenetas. Esto se debe a varias razones profundamente ligadas nuevamente al ya conocido “trauma”.

Las fundaciones suelen estar presentes en la vida cotidiana de las sobrevivientes durante su proceso de recuperación. Son las caras visibles del apoyo, el lugar al que recurren en busca de ayuda inmediata y tangible. En contraste, el Estado puede parecer distante, burocrático e inaccesible, y enfrentarse a los proxenetas, que representan una amenaza mucho mayor, puede ser aterrador y peligroso. En otros casos los explotadores son sus mismas familias o maridos, haciendo aún mas profundas las heridas y las dificultades en ellas.

Además, el Estado, que debería ser el garante de sus derechos, a menudo ha fallado en protegerlas desde el inicio, dejándolas en situaciones de explotación.

Las instituciones estatales pueden ser percibidas como ineficaces o corruptas, lo que desanima a las sobrevivientes de buscar respuestas allí. En cambio, al estar más accesibles, las fundaciones se convierten en el objetivo inmediato de su frustración. Las sobrevivientes buscan resultados concretos y rápidos, y cuando esos resultados no se materializan, dirigen su rabia hacia quienes tienen más cerca, en lugar de hacia el Estado o los proxenetas, que parecen entidades inalcanzables o peligrosas.

Con firmeza, pero también con amor y compasión, acepto que no siempre recibiré el agradecimiento directo de las personas a las que ayudo. Es posible que algunas nunca lleguen a comprender plenamente el alcance de nuestros esfuerzos. Pero sé que la vida, en su sabiduría infinita, devuelve ese amor y dedicación de maneras inesperadas y sutiles. Al final del día, el agradecimiento más profundo viene de la conciencia tranquila, de saber que hemos hecho todo lo posible dentro de nuestras limitaciones humanas.

Seguiremos adelante, incluso cuando el reconocimiento no llegue, porque el verdadero motor de nuestro trabajo es el compromiso con la justicia, con la dignidad humana, y con la convicción en la abolición como única solución real al problema de la explotación sexual. Y aunque a veces sintamos la carga de la ingratitud, recordemos que cada gesto de ayuda, por pequeño que sea, contribuye a un cambio en la vida de alguien. La vida nos devuelve ese esfuerzo, quizás no en palabras, pero sí en la satisfacción de saber que hemos actuado con el corazón en el lugar correcto.


Claudia Yurley Quintero

 

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