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Libertad de Expresión de las Supervivientes: Un grito desesperado

Los flagelos que atormentan a las comunidades se conocen y combaten gracias a las denuncias de sus víctimas. A pesar de los daños sufridos, muchas mujeres, con una valentía admirable, se atreven a levantar la voz, transformando su dolor en agenda y acción. Hoy, aunque la violencia contra la mujer no ha sido erradicada, seguimos luchando contra ella gracias a esas voces valientes que no se han permitido silenciar.

Sin embargo, como en otros escenarios de disputa política o social, la censura se presenta como una amenaza grave. Este fenómeno no solo silencia testimonios valiosos, sino que también margina liderazgos y precariza las voces visibles, perpetuando las dinámicas de poder y opresión que tanto se intenta combatir.

Un claro ejemplo de esto es el caso de Nadia Murad, activista y premio Nobel de la Paz, quien en 2021 fue vetada de participar en un evento educativo en Canadá bajo el argumento de que su relato podría "fomentar la islamofobia". ¿Cómo puede un testimonio contra la explotación sexual ser visto como discurso de odio? ¿Por qué hablar de la verdad podría representar odio? ¿Quién tiene la autoridad para determinar qué constituye odio?

Existe un movimiento al que se le ha denominado “woke”, una palabra que originalmente tenía connotaciones positivas relacionadas con la conciencia social, pero que ha sido utilizada para criticar agendas que, desde el progresismo, promueven censura con el fin de eliminar supuestos odios y fobias. Esta tendencia, aunque yo creo que estuvo bien intencionada en algunos casos, puede llevar a la peligrosa supresión de voces que denuncian injusticias reales, como es el caso de Nadia Murad.

Murad, sobreviviente de esclavitud sexual a manos del Estado Islámico (ISIS), representa a miles de mujeres que han sufrido atrocidades en silencio. Su historia es un testimonio de resistencia y de la brutalidad de un grupo terrorista que no representa a ninguna religión. Sin embargo, al ser censurada, se le niega no solo su derecho a la palabra, sino también la posibilidad de educar y sensibilizar a nuevas generaciones sobre las realidades del terrorismo y la violencia contra la mujer.

Este no es un caso aislado. Como Nadia, yo también he sido censurada en mi propio país, Colombia. Como sobreviviente de explotación sexual, mi lucha se ha centrado en visibilizar las condiciones que llevan a miles de mujeres a la prostitución, no por elección, sino por una combinación de pobreza, violencia y falta de oportunidades. He sido censurada y excluida de eventos porque mi historia, aparentemente, es incómoda. En lugar de ser un espacio para la reflexión y la acción, algunas plataformas han preferido silenciarme, optando por la comodidad de no enfrentar una realidad dolorosa y compleja.

Soy consciente de que, para algunos, soy un reflejo de aquello que no quieren ver ni sentir.

La censura de las supervivientes es un atentado contra la libertad de expresión y la lucha por la eliminación de la violencia.  Es un intento de mantener en la oscuridad lo que debe ser expuesto a la luz. Al silenciar nuestras voces, no solo nos niegan la posibilidad de sanar y encontrar justicia, sino que también perpetúan las estructuras que nos han victimizado.

Nuestras historias no son solo relatos de sufrimiento, sino también llamados a la acción, a la transformación social y a la construcción de políticas justas. La censura no solo nos daña a nosotras, sino que priva a la sociedad de la verdad necesaria para generar cambios. Como mencioné en mi “Discurso de la Dignidad” ante la Corte Constitucional: “No es el discurso de la lástima”.

Otros ejemplos de censura son numerosos. La senadora del partido Comunes, anteriormente FARC-EP, denunció penalmente a la directora de la Fundación Rosa Blanca, Lorena Murcia,  porque esta última, una sobreviviente de violencia sexual en el grupo guerrillero cuando era niña, los llamó "violadores". Fairidys Cohello, otra sobreviviente, fue descalificada públicamente tras una entrevista en Telemedellín, cuando Carolina Calle, directora de una organización llamada "Calle Siete", afirmó que ella solo repetía un "libreto" y que daba lástima. Esta experiencia la llenó de miedo y la llevó a dudar sobre volver a hablar de su historia.


 

Yo misma fui presionada por una empresa que promueve el modelaje webcam para borrar publicaciones donde hablo sobre las violencias que las mujeres sufren en esa industria.

Un medio de comunicación que apoya al gobierno me censuró cuando intentaba participar en proyectos estatales contra la trata de personas, ya que mi voz según ellos ofende al proyecto político del gobierno, que busca regular la prostitución como trabajo.

Esto no se debe dejar en la frustración, la libertad de expresión frente a las violencias así sea molesta debe ser incluso soportada por la sociedad, todos somos corresponsables de la violencia a la mujer, todos hemos callado o mirado para otro lado cuando vemos en las calles la explotación sexual.

Este es un grito desesperado porque porque cada vez que una superviviente es silenciada, se pierde la oportunidad de transformar el dolor en acción, de convertir una historia de sufrimiento en un proyecto resiliente para el país.

Es un grito desesperado porque, en lugar de proteger a las víctimas, se nos margina, se nos relega al olvido, y se perpetúan las mismas estructuras que nos victimizaron en primer lugar. Pero este grito no se apagará, porque, aunque la censura intente silenciarnos, nuestras voces no se apagan ni pierden su fuerza.

 

Claudia Yurley Quintero Rolón

Superviviente y defensora de derechos humanos

Fundación Empodérame

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