Y observadora en el cierre del bar 'Chicas Lindas' Me encuentro en la necesidad de describir un lugar inhumano y degradante, un lugar donde ninguna mujer debería vivir, ni el peor criminal merecería tal tratamiento. Durante mi presencia en ese lugar, pude constatar la existencia de un pasillo interno que conectaba con el local contiguo. Un pasillo frío y lúgubre. Esa experiencia me ha dejado profundamente impactada. Ha reafirmado mi convicción de que es fundamental luchar contra la trata de personas y trabajar incansablemente en pro de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente de aquellas que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad y explotación. Nadie debería ser objeto de tal sufrimiento y degradación.
Sin embargo, en esta ocasión, la intervención policial fue más allá de la pista de baile. Descubrimos que en la parte trasera del lugar se ocultaban varios pasillos estrechos que conducían a diminutas “caletas” o “celdas” de no más de dos metros cuadrados, donde las mujeres permanecían hacinadas.
Sentí indignación al presenciar estas condiciones de hacinamiento y confinamiento, que resultaban verdaderamente crueles. A pesar de todo, los administradores afirmaron que en el lugar "no había mujeres en contra de su voluntad". ¿Quién de propia voluntad decide encerrarse en una cárcel?
Las condiciones en las que se encontraban las mujeres eran verdaderamente deshumanizantes: espacios mínimos sin ventilación ni luz natural, donde están obligadas a comer, dormir, bañarse e incluso realizar sus necesidades fisiológicas en el mismo lugar. Estas condiciones son una clara violación de sus derechos humanos más fundamentales.
Me duele mucho la falta de calidad de vida que experimentaban las mujeres, especialmente migrantes y provenientes de otras ciudades, que vivían en el bar. Sus condiciones de vida eran extremadamente precarias y limitadas, sin espacios de recreación, sin acceso a luz natural y sin oportunidades educativas. En este lugar, la vida social se reducía únicamente a la prostitución. Estas mujeres eran privadas de la posibilidad de tener una vida social más allá de su explotación sexual. Estaban atrapadas en un ciclo opresivo en el que su única opción era servir a los deseos de los clientes, sin importar sus propios deseos o necesidades. Es fundamental reconocer que todas las personas, independientemente de su situación o procedencia, tienen derechos inherentes que deben ser protegidos. Las mujeres que vivían en el bar “Chicas Lindas” merecían acceso a atención médica, educación, bienestar emocional y apoyo social. Lamentablemente, estas necesidades básicas les eran negadas, perpetuando su situación de vulnerabilidad y explotación. Abrir las puertas a la libertad cómo lo hizo la autoridad fue un paso humano, amoroso y valiente. Quiero que se escuche mi voz y la de tantas mujeres que han sufrido y siguen sufriendo en silencio. Alzo la voz para exigir justicia y poner fin a las mentiras. Defender la existencia de un claustro de tortura no es defender ningún derecho al trabajo.
El cierre de ese lugar, que era una verdadera cárcel de tortura a la vista de todos, era justo y necesario. No podíamos permitir que en la Cartagena de la libertad existiera un sitio así.
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