En el corazón de nuestra sociedad, hay historias que, aunque dolorosas, necesitan ser contadas. Historias que revelan las profundidades de la desesperación a las que pueden ser empujadas las mujeres, en la sombra de una industria que consume a las mujeres como carne. La Fundación Empodérame nace de una necesidad urgente de cambiar estas narrativas, de ofrecer esperanza y apoyo a quienes se sienten atrapadas en un ciclo de explotación y vulnerabilidad.
La historia de una mujer, que por respeto a su privacidad llamaré "Mariana", ilustra la cruda realidad a la que se enfrentan muchas. En diciembre, Mariana se encontró desempleada, sin recursos, con la nevera vacía y su hija sin poder asistir a la escuela. Los servicios básicos estaban suspendidos por falta de pago, y la presión de la supervivencia se hacía cada vez más insoportable. En su desesperación, Mariana tomó una decisión que nunca imaginó: conectarse a una página de webcam. "Ya no aguanté más", escribió en un mensaje lleno de desesperación y resignación. Este paso no fue una elección libre, sino un último recurso ante la ausencia de opciones y el silencio ensordecedor de una sociedad que a menudo prefiere mirar hacia otro lado.
La historia de Mariana no es única. Es un reflejo de un problema sistémico que afecta a muchas mujeres, empujándolas hacia la explotación bajo la falsa premisa de que es "la vida fácil" o un "trabajo sexual" como cualquier otro. Esta percepción ignora la complejidad de las circunstancias que llevan a las mujeres a estas situaciones y la falta de políticas públicas que ofrezcan alternativas reales y apoyo.
Desde la Fundación Empodérame, acompañamos a mujeres como Mariana, ofreciéndoles un espacio de escucha, apoyo emocional y herramientas para reconstruir sus vidas. Pero nuestro trabajo es mínimo frente a la necesidad. Sin el apoyo de políticas públicas estatales inclusivas que reconozcan y aborden las raíces de esta problemática. Necesitamos un cambio en la narrativa, que deje de ver la explotación como una elección y comience a verla como lo que realmente es: una señal de falla de nuestra sociedad para proteger a las mujeres. Es momento que en Colombia reconozcamos estas realidades, dejemos de lado los prejuicios contra las personas que trabajamos contra la industria sexual y trabajemos juntos hacia soluciones que ofrezcan esperanza y oportunidades reales.
Las historias como la de Mariana deben impulsarnos a actuar, a exigir cambios en las políticas públicas y a apoyar a las organizaciones que están en primera línea de esta lucha. Solo entonces podremos empezar a desmantelar los sistemas de explotación y construir un futuro donde ninguna mujer se vea forzada a elegir entre la supervivencia y su dignidad.
Claudia Yurley Quintero.
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